¿Cómo han afectado las normativas de los centros de tratamiento en estos casos?
Tal y como se refleja en el reciente informe publicado por el Ministerio de Sanidad “Situación en España de la violencia de género y el abuso de sustancias” (2022), cuando una mujer presenta un historial de violencia, tanto si es antecedente como consecuente a la historia de consumo abusivo o al desarrollo de una adicción, no suele resultar conveniente, en términos terapéuticos, insertarla en un espacio “mixto”, ya que, tal y como se evidencian en los casos expuestos y en mi práctica profesional, las características de estos entornos de tratamiento precipitan que ellas pongan en marcha toda una serie de estrategias emocionales y de supervivencia aprendidas, que no son beneficiosas ni para sí mismas ni para sus procesos de recuperación. Estas dinámicas relacionales se evidencian claramente en los Recursos Convivenciales tradicionales, – ubicados en espacios alejados de la comunidad, con gran aislamiento del entorno habitual, y donde la ratio de mujeres frente a los hombres es mucho menor-, frente a los Servicios de Tratamiento Ambulatorios o si el espacio residencial fuese realmente mixto, en un entorno urbano y con menos aislamiento del exterior.
Así pues las historias de violencia de las mujeres víctimas de violencia de género han marcado, en muchas ocasiones, su forma de vincularse, tal y como queda ilustrado en el “Caso Marina”, “Caso Sandra” y “Caso Esther”, y que se reproducen en las Comunidades Terapéuticas estableciendo relaciones similares a las pasadas con los hombres con los que conviven en tratamiento. Este patrón aprendido, y no atendido, es el que precipita de manera “inevitable”, que las pacientes abandonen o sean expulsadas del centro – por “incumplimiento de normativa”- ya que muestran conductas “hipersexualizadas” y se vinculan sexo-afectivamente con sus compañeros – revictimizándose posteriormente.
¿Creéis que las normativas de los centros, en especial las de los centros residenciales, tienen en cuenta la perspectiva de género?
Las normativas de la mayoría de los centros, en especial las de los centros residenciales, no tienen en cuenta la Perspectiva de Género. Son espacios que carecen de una mirada feminista, la proporción de ocupación en función del sexo supera significativamente el número de varones al de mujeres, están altamente masculinizados en cuanto a su funcionamiento, con normativas muy rígidas basadas “lo que está bien y lo que está mal”. En el caso de las mujeres esto, más que ayudarles, las vuelve a dejar en esa posición de sumisión (no son espacios de empoderamiento), además no se interviene, no se las acompaña, en los efectos emocionales, psicológicos y comportamentales que tienen las violencias que han sufrido (p.e. se las penaliza si se muestran como seres deseantes – esto está directamente relacionado con el mito “por qué vas así vestida”- reproducen patrones de vinculación aprendidos), o si se hace es de manera normativa patriarcal.
A partir de los resultados obtenidos en distintas investigaciones desde la PG evidencian cada vez se hace más necesario revisar y adaptar normativas y formas de funcionamiento de estos espacios tradicionales mixtos, y/o crear recursos específicos para mujeres víctima de violencias y adicciones (Castaños et al., 2007; Martínez-Redondo, 2009; Arostegui y Martínez-Redondo, 2018). A modo de ejemplo, y tal y como ilustra Ana Burgos, se pueden modificar las infraestructuras de los espacios mixtos creando espacios seguros para las mujeres, tener habitaciones separadas por sexos en distintas plantas, habitaciones para parejas en las plantas de las mujeres, baño y aseos dentro de las habitaciones – son los lugares donde se han detectado muchas violencias-, seguridad de los espacios comunes, tanto real como percibida, espacios no mixtos y espacios de respiro, donde puedan interrumpir las violencias y donde puedan ser atendidas en situación de crisis. En cuanto a la normativa esta debe garantizar la participación de las mujeres. Como sabemos en un mundo patriarcal la palabra de la mujer tiene menos valor, la participación es menor y cuando participan son menos escuchadas. En este sentido se pueden realizar, dentro del recurso, asambleas semanales con las personas usuarias desde la PG, adaptar todas las normativas con una mirada feminista, la flexibilidad en los propios servicios entendiendo el camino tan difícil, largo, complejo y diverso de las mujeres que presentan problemas de adicciones, y que se expliciten, dentro de la propia Normativa, las sanciones a la violencia de género que se puedan ejercer en los Servicios.
¿Qué obstáculos encontramos en los equipos a la hora de adecuar las normativas a la perspectiva de género?
- Falta de Formación y Sensibilización. Tal y como se recoge en el libro “Mujeres y drogas: prevención de recaídas desde una Perspectiva de Género” (Arostegui y Martínez-Redondo, 2018), y a partir de la propia experiencia profesional y personal, el equipo de profesionales que trabajamos en adicciones también estamos atravesados por las creencias sociales más arraigadas (p.e. roles sexuales, estereotipos y mandatos de género). Es por ello que se hace necesario: (a) aumentar la formación y la sensibilización en materia de género, adicciones y su interseccionalidad, para identificar y transformar nuestro imaginario simbólico, y sus prejuicios asociados, de lo femenino frente a lo masculino y (b) generar espacios externos/internos de supervisión de la intervención. Todo esto redundará en una mejora en nuestro acompañamiento en el proceso de recuperación a las mujeres con problemas de adicciones y víctimas de todo tipo de violencias – casi el 100% de ellas.
- Dificultades en horarios y tiempo para compatibilizar/conciliar la formación con la práctica profesional y personal. Gracias a que las horas formativas se incluyen dentro de los horarios profesionales se reduce este hándicap, no obstante, en ocasiones la falta de Recursos Humanos en los dispositivos interfiere.
- Integrar la visión de género no solo supone favorecer el empoderamiento de las mujeres y atender a su interseccionalidad sino también deshacer los privilegios masculinos. No obstante la carencia de datos desagregados, métodos, técnicas y herramientas basadas en la evidencia dificulta integrar la dimensión de género en todas las fases. Es necesario que generemos más investigación y la difundamos.
¿Tenéis experiencias al respecto de alguna buena práctica?
La única práctica que tengo a día de hoy es este curso de formación, y estoy deseando de conocer de manera directa y vivencial nuevas experiencias que amplíen mi desarrollo profesional.