“Para muchos, permanecer a salvo consiste en cerrar puertas y ventanas, y evitar los lugares peligrosos. Para otros no hay escapatoria, porque la amenaza de la violencia está detrás de esas puertas, oculta a los ojos de los demás”. Glo Harlem Brundtland (Orjuela et al., 2007), Directora General de la OMS (1998-2003)
Los casos de violencia de género han sido tradicionalmente invisibilizados, y, aún en la actualidad, sigue silenciándose en nuestra sociedad occidental, como si la igualdad (de derechos y oportunidades) entre hombres y mujeres ya se hubiera conquistado, y la violencia machista se hubiera erradicado. Pero todavía queda mucho camino por recorrer.
La violencia de género se caracteriza porque el tipo de suceso traumático es diferente del que hasta ahora se había dado como tipo para producir los síntomas del TEPT. Es un trauma complejo producido por la violencia del agresor a través del vínculo que tiene con la víctima, lo cual hace que el daño producido en la víctima sea muy específico, ya que la víctima entiende que le agrede la persona que se supone que le tiene que querer y que cuidar, de la que piensa que depende – rol de la mujer hegemónico derivado del sistema patriarcal- , lo cual le hace sentir más vulnerable a la hora de sufrir los efectos de esa violencia. Es una situación en la que es claro y objetivo un desequilibrio de poder, que además se utiliza de forma perversa.
Recordemos la aportación de Pierre Janet (1984) el cual define el trauma psíquico: “es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona. Cuando las personas se sienten demasiado sobrepasadas por sus emociones, los recuerdos no pueden transformarse en experiencias narrativas neutras. El terror se convierte en una fobia al recuerdo que impide la integración del acontecimiento traumático y fragmenta los recuerdos traumáticos apartándolos de la consciencia ordinaria, dejándolos organizados en percepciones visuales, preocupaciones somáticas y reactuaciones conductuales”.
Detrás de este malestar que “no tiene nombre”, detrás de estas somatizaciones lo que encontramos es la expresión de la experiencia emocional silenciada del trauma. El cuerpo soporta la carga de una experiencia emocional que no ha sido adecuadamente descargada, procesada o integrada en una narrativa vital. Recordemos que el 90% de mujeres con T. somatización presentan historia de abuso físico o emocional y el 80% algún tipo de abuso sexual.